








Deriva n2 (2025)
Acción callejera
Madrid
Es 12 de enero y llego a la Puerta del Sol sobre la una. Rodeo el km 0 entre marañas de pies bien provistos que pisan sin saber, —intuyo—, que tal cota no es del todo geográfica. Oriento el móvil al norte que apunta hacia la Calle del Carmen, por ella iré tras los pasos, al menos por un tiempo, de José Ribalta y su misterio. El personaje narrado por Servando Rocha en su libro “De fuego cercada. Geografía secreta de Madrid”, me sirve de motivo para emprender la deriva. La palabra elegida en esta ocasión es DESEO.
Antes de comenzar improviso un juego que me ayude a ordenar vocales y consonantes. Es así: La primera letra que vea escrita al girar mi cabeza a la izquierda determinará una dirección y, por descarte, su contraria. En pocos segundos localizo una M roja, bordada en fieltro sobre la gorra de Mario Bros. Me sonrío y anoto sobre mi mano: CONS – IZQ / VOC – DCHA. Le tomo el pulso a la plaza unos instantes y empiezo. Una mani animalista azuza el avispero, los turistas pasan, hay gente sentada, el sol de inverno calienta suficiente, muñecos, ¡Ayuso asesina!, también lo que parece una despedida de soltero.
D 4 – Recorro acelerado la Calle del Carmen, desconozco si era aquí el hospital de juguetes del que estuve hablado hace poco con alguien. La ansiedad inicial del juego se va mitigando, la ergonomía del contador de calles me tranquiliza, cada vez que cruzo una y pulso me voy posando en lo que hago. Desemboco en la Plaza de Callao y compruebo que el cuarto giro a la izquierda corresponde a la Calle Preciados. Saco una foto del cartel cerámico, bajo el que una bailarina hace contorsiones sin prestarme atención. Segundo shooting con el que topo. Pongo el contador a cero.
E 5 – Este tramo de Preciados es corto e impersonal, excepto a la altura de la Calle de la Ternera, por la que me gusta dejarme caer a tomar un sándwich cubano. El resto son cafés erigidos sobre mesones y tiendas apiladas sobre comercios anteriores. El contraste es evidente con la Plaza de Santo Domingo, donde el urbanismo bien y la franquicia no consiguen maquillar del todo la canalla que flota 24/7. Siempre que estoy aquí imagino que me pierdo algo, depravado y sexy, un refugio atemporal aún no descubierto por modernos. La ristra de calles que parten de la plaza determina que mi quinto giro a la derecha corresponda con la Calle Leganitos; delicioso polvorín de centro.
S 20 – La parada es casi obligada en Hualian Market, uno de los tantos súper chinos que han abirto en la zona. Adquiero un snack de noodles con sabor a gambas, unas patas de pollo agripicantes y una bebida de tamarindo. El menú está listo y desciendo la calle rumiando su espesor; el buen orden convive aquí con el tufo a corte, comparte espacios y se paga en efectivo. Atravieso la Plaza de España —soleada y blanca— mientras cuento, confuso, giros a la izquierda. El volumen de tráfico y ruido de la Calle Princesa me arroja a la introspección, por un rato solo pienso en términos abstractos. Salgo del letargo para husmear de lejos la Boite de Alfonso a la que llevo años queriendo ir. Vuelvo al letargo y al conteo. Cruzo Argüelles y llego a Moncloa; el vigésimo giro a la izquierda corresponde con el Paseo de Moret. Ni a posta.
E 5 – De nuevo pongo el contador a cero y bordeo el Parque del Oeste. Voy contando caminos y especulo con la posibilidad de tener que tomar alguna carretera. Este hecho me impacienta y trato de averiguar hacia dónde me dirijo, me pasa siempre. Al final asumo que la fisonomía de los parques le da holgura al juego en la medida que nada es tan establecido. El quinto giro a la derecha corresponde a una cuesta de arena en cuyo vértice se erige un monumento a Concepción Arenal. “Amó la ciencia, consoló el dolor.” Hago una foto de mi sombra y me adentro en el parque.
O 16 – Con el Parque del Oeste me sucede que la idea que tengo de él como espacio abarcable se desvanece cada vez que lo atravieso. Reconozco menos puntos que los que descubro y experimento gustoso ciertos momentos de desorientación. Trato de averiguar mi trayectoria, corrigiendo giros que no son y me dejo llevar por sus lomas. Llego al límite del parque con la Ciudad Universitaria. El campus está desierto a excepción de las dotaciones deportivas, que bullen, un domingo a medio día. Su condición espectral me cautiva. Si fuera vagabundo vagaría estos jardines cada fin de semana. La Avenida Complutense fuga infinita y se traga los últimos giros a mano derecha. Por fin llego al décimo sexto. Reconozco esta calle donde venía a follar de madrugada en mi época de estudiante, da a la Plaza de las Ciencias, un rincón discreto donde se asoman las facultades de Matemáticas, Químicas y Físicas.
Admiro en silencio ciertas relaciones surgidas del juego y paladeo su belleza. Que el deseo por perderse de un médico ocular me haya traído hasta el vergel de las ciencias donde yo vine por deseo a ocultarme es un hecho cuanto menos literario. Ficción y mundo se miran, y engranan sus cuerpos para celebrarnos. Hago un registro por escrito, es este:
El busto de Al-Juarismi, bajo los cedros, ha tenido compañía; lo veo en las flores y el vaso de caña con un poso de café. Las cotorras se avisan fuerte, aquí-no-hay-nadie-más-que-ellas, aunque trato de imaginar que tras el palco de ventanas hay espectros deambulando a hurtadillas por las escuelas en sombra. El contenedor de basura aún tiene los restos de la última disección. Empresas proveedoras de cuerpos muertos tienen su CIF y su logo impreso en cajas vacías de poliespán. Desenrollo un papel con manchas negras y leo la palabra VIRUS a una distancia del todo imprudente. Me alejo sintiendo que ya soy la plaza; una colonia abierta de gestos curiosos orienta el tiempo biológico de mi cuerpo. Mi ensoñación microscópica tropieza con el tono administrativo de un hito-homenaje a los deportados españoles en los campos de exterminio nazis. Una historia fría en formas, tropos y materiales. Grava y parterres recién peinados para nadie. Apuro un pis en el arbusto, calculo el fondo de una reja en el suelo y pienso el modo de abrirla. ¿Habrá una plaza latiendo bajo la plaza, con ríos de agua consagrados a la ciencia y un barquero uzbeko que nos guíe entre sueños? Un hito-señal me sale al paso, un punto de encuentro planificado por alguien que no come Pelotazos. Chapa lacada y tintas planas reprimen lo espontáneo. El deseo. Abro mi snack asiático, no me conquista, pero da sentido al cuerpo. Antes de dejar el plano profundo del juego hago una ofrenda al busto con los restos de comida y fomento, ya de paso, la rapiña en el campus. Solo una loma me separa de la gran antena parabólica, un discreto belvedere donde acurrucarse, pero esa es ya otra historia.